"En mi defensa puedo alegar que aunque te escribí de todo, nunca te obligué a leerlo"
Solo te puse el libro delante, te guié con el dedo hacia ese rubor infantil que decoraba mi rostro cuando aparecías, te ayudé a descifrar el problema de mis estúpidas excusas para hablar contigo, apuntamos mil respuestas comodín que nos permitieran seguir hablando, e hicimos juntos el dibujo de tu sonrisa cuando me mirabas.
No te obligué a leer, pero sí te puse deberes. ¿Y, sabes?
Me muero de ganas de que los hagas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todo el mundo miente